Una buena parte de los chilenos se define como de clase media, pero las encuestas revelan que esas familias sienten que han quedado desprotegidas por décadas. Los gobiernos priorizan programas sociales para los más pobres, pero el estrato medio se siente postergado y vulnerable ante emergencias, como la ocurrida este año de pandemia.

Un estudio de Espacio Público e Ipsos dio cuenta el año pasado que el 77% de los chilenos se considera de clase media y un 35% dijo que llegó a esa posición después de haber nacido en un hogar de clase baja. Es probable que en este segmento estén presentes las claves para entender los cambios sociales y políticos que han ocurrido en el último tiempo.

La clase media ha llegado a esa ubicación socioeconómica gracias a su esfuerzo, con ahorro y endeudamiento para llevar a sus hijos a un mejor colegio, para mantener una cobertura de salud a través de una Isapre o pagar la universidad. Pugnan por renovar la casa, el auto, por viajar y tener las últimas tecnologías.

En los últimos años se ha hecho recurrente la frase "la clase media sigue esperando", porque es el segmento que no se siente reflejado en los mensajes ni en muchas de las medidas que anuncian las autoridades y los políticos. Mención aparte merece la cesantía, por el impacto que generó la pandemia en el cierre de empresas o la restructuración de ellas.

Larga es la lista de las inquietudes, muchas de las cuales se reflejaron en el estallido social, pero tal vez los temas más recurrentes son las bajas pensiones; la delincuencia y la violencia que se han instalado en el país; el endeudamiento excesivo, con el fin de conseguir pagar sus compromisos; los problemas de financiamiento de la educación superior y las dificultades para solventar los gastos de salud, sobre todo cuando alguno de los integrantes debe hacer frente a alguna intervención quirúrgica.

Algunas familias sienten que van perdiendo el estatus que tanto les costó alcanzar, aun a costa de endeudamiento. Ese segmento espera que las autoridades no olviden que constituye la fuerza emprendedora y tradicionalmente el sector olvidado por los gobiernos.

Parece difícil asignar un proyecto a la Humanidad cuando no ha sido ella quien lo formula, es decir, cuando no son los propios hombres y mujeres los constructores de sus explicaciones, aspiraciones y de aquello que les afectará directamente. Los antecedentes nos muestran que el "proyecto de la Humanidad" siempre ha sido formulado por las elites, sean ellas intelectuales, políticas, religiosas, económicas (de poder en general), con los alcances que representa saber o no acerca de su origen. Aquí nos surge la pregunta por el "ser", por la interrogante ontológica o metafísica.

Lo anterior, a propósito de la columna del domingo recién pasado donde el señor obispo de Temuco nos señalaba, (…) "el primero de los grandes desafíos, que la humanidad enfrenta hoy es el de la verdad misma de ser persona humana".

A nuestro entender, ambas preguntas y respuestas son expresiones culturales, filosóficas (creadas por las personas). Decimos esto, a propósito que la ontología puede ser expresada con mayúscula o con minúscula, lo que no es menor, pues se trata de la interrogante del "ser en tanto ser". Si lo hacemos en el contexto del segundo caso (con minúscula), esta esencial pregunta por la "persona humana" trae un respuesta tácita, en el sentido que la formulamos desde la divinidad. Al ser una preocupación con mayúscula, por su parte, se asume a la "persona humana" como parte del Universo, claramente natural. La pregunta con minúscula la encontramos en el ámbito de la creación, de la fe y del dogma. En el caso de la pregunta con mayúscula, incursionamos en respuestas posibles y no definitivas, en el ámbito de un Laicismo racional, humano y terrenal.

Estas distinciones parecen importantes a la hora de incursionar en problemas como la verdad (Epistemología) y la Ética, que no se confunde con una moral permeada por el pecado. Pensamos en la verdad (con mayúscula y con minúscula) y en la moral construidas desde una ética que trasciende el bien y el mal, que transita por caminos abiertos y que deja la libertad de desplegar el "ser", con minúscula, pero que aspira a interpretar al "Ser" con mayúscula.

Rubén Leal Riquelme,

Profesor Corporación de Estudios Laicos de La Araucanía