No están las condiciones para que en un corto plazo el milagro de la unidad sea una realidad en nuestro país, ya que nuestra gente se ha fraccionado en grupos diversos, y todos con legítimas demandas. Parece que esta es una frase realista, pero demasiado pesimista. Sin embargo, es una gran dicha, saber que nada de esto es cierto, porque Chile siempre ha sido un solo y gran pueblo. Ni la política, ni la religión, ni el fútbol, ni las tendencias, tienen la fuerza para dividirnos.
Jamás en la historia de nuestro hermoso país ha existido un solo momento, en el que se haya debilitado el sentimiento patriota de quienes hemos tenido el honor de nacer en esta tierra bendita, con su hermosa cordillera, su imponente mar, su glorioso desierto o sus esplendorosos paisajes que de norte a sur y de este a oeste lo hermosean. Y qué decir de nuestra gente campesina, la gallardía de nuestros mineros, o el amante corazón marino de nuestros pescadores, del que realiza el servicio de limpieza por nuestras calles, o de los que trabajan desde un escritorio.
Ciertamente tiempo y palabras me faltarían para mencionar toda la riqueza humana, histórica y natural que posee esta gloriosa nación que ha forjado un destino solido de una invaluable grandeza valórica, con la que nos hemos levantado, aún de las adversidades más intensas que nos han sobrevenido. Claramente esto se debe a que Dios nos ha dado la gracia y fortaleza para vivir esta realidad de victoria y devoción. Esa hermosa canción que, desde niño cantaba, es una realidad tan evidente, que mal haríamos en ignorarla, sus líneas dicen: "Cuando Dios hizo el edén, pensó en América".
Este milagro de unidad no nace con nuestra independencia republicana, sino que es un deseo eterno de Dios de llevarnos a la comprensión de tal experiencia. Por esta razón, no nos extrañamos con esta declaración de Jesús, quien dijo: "Tengo otras ovejas que debo traer, y oirán mi voz; y habrá un rebaño, y un pastor". (Juan 10:16). De hecho esto es lo que diferencia el evangelio de Cristo de cualquier otra propuesta. Es por ello que Pablo replica diciendo: "Solícitos en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz; un cuerpo, y un Espíritu, una misma esperanza, un Señor, una fe, un bautismo, un Dios y padre de todos". (Efesios 4:3-6).
Finalmente, la unidad nacional y de la iglesia jamás estarán condicionadas a una obra humana, porque Dios la predeterminó como una virtud natural y una exigencia suprema entre todos los que vivamos en esta bendita tierra o que creyendo en Cristo, seamos parte de su pueblo. (Juan 17:11).