El libro de Mateo, 11:12, dice: "Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora, el reino de los cielos sufre violencia y los violentos lo arrebatan". Este versículo grafica claramente tres aspectos muy relevantes, de los cuales sólo consideraré uno de ellos. Se establece que quienes usan la fuerza intentarán detener el avance del reino de los cielos. Obviamente que eso es absolutamente imposible. No existe ni la más mínima posibilidad de que toda la fuerza de las tinieblas prevalezca en contra de los propósitos de Dios. Tal como lo dijo Jesús en mateo 16:18, "Sobre mi iglesia, ni aún las puertas del hades prevalecerán".
Pero entendiendo el alcance de este primer versículo citado, podemos advertir los peligros propios que enfrentarán quienes sigan la senda de la justicia y la verdad. De hecho en el sermón de las bienaventuranzas, Jesús hace un alcance notable respecto a esa realidad y él mismo dice: "Bienaventurados los que padecen persecución... gozaos y alegraos..." (Mateo 5: 10 al 12). La persecución está puesta aquí como resultado natural de todas las virtudes anteriores y que Jesús aborda de la forma más excelente en sus bienaventuranzas. Cuando la fe se desarrolla en el creyente con suficiente fuerza para que los otros noten su presencia, el resultado es la persecución. La persecución a que se refiere no es la persecución racista, clasista o social, sino es la descaradamente religiosa.
La persecución es por causa de la justicia (v.10) y por la causa de Jesús (v.11) y consiste (mayormente) en calumnias, vituperio y mentiras. Los valores y el sistema de valores del Reino son una amenaza para el sistema del mundo. Son mutuamente contradictorios; por eso el mundo odia al cristianismo. Cuando esto pase, dice Jesús, "gozaos y alegraos", porque nos confirma como ciudadanos del Reino. Lejos de dejarnos tristes, debe ser razón de contentamiento.
En el libro de Hechos leemos de los discípulos que se regocijaban de ser tenidos por dignos de sufrir por Jesús. Esto nos mantiene en fidelidad con nuestros valores. Además, estaremos en buena compañía. Es como una semejanza familiar; somos conciudadanos con los santos, copartícipes con los profetas y compañeros de camino con los apóstoles. Esto último es un imperativo. Se nos manda gozarnos y alegrarnos. Tenemos razón para hacerlo, y lo tenemos que hacer. Es nuestro deber. Si no lo hacemos, somos desobedientes al mandato de regocijarnos, o por no vivir los valores del Reino, o por ambas cosas.
Finalmente en nada aprovecha que se viva muchos años se muera en la más absoluta infelicidad.
Pastor presbítero Pablo Pinto Salamanca,
Consejo Regional de Pastores Evangélicos de La Araucanía