En esta próxima Nochebuena, brillará una «luz grande» (Is 9,1) por el nacimiento de Jesús. Nuestro corazón ya rebosa de alegría mientras espera este momento, porque el Señor que es fiel a sus promesas, le dará cumplimiento. Este es el motivo del gozo y la alegría: este Niño «ha nacido para nosotros», «se nos ha dado», como anuncia Isaías (cf. 9,5). Al pueblo que desde hace dos mil años recorre todos los caminos del mundo, para que todos los hombres compartan esta alegría, se le confía la misión de dar a conocer al «Príncipe de la paz» y ser entre las naciones su instrumento eficaz. No hay lugar para la duda; dejémosla a los escépticos que, interrogando sólo a la razón, no encuentran nunca la verdad. No hay sitio para la indiferencia, que se apodera del corazón de quien no sabe querer, porque tiene miedo de perder algo. La tristeza es arrojada fuera, porque el Niño Jesús es el verdadero consolador del corazón.
El Salvador del mundo viene a compartir nuestra naturaleza humana, no estamos ya solos ni abandonados. La Virgen nos ofrece a su Hijo como principio de vida nueva. La luz verdadera viene a iluminar nuestra existencia, recluida con frecuencia bajo la sombra del pecado. Hoy descubrimos nuevamente quiénes somos y lo que estamos llamados a ser. En Jesús nace nuestra verdad como seres humanos. Dejemos que ese Niño nos hable; grabemos en nuestro corazón sus palabras sin apartar la mirada de su rostro. Si lo tomamos en brazos y dejamos que nos abrace, nos dará la paz del corazón que no conoce ocaso. Este Niño nos enseña lo que es verdaderamente importante en nuestra vida. Lleva grabados en su rostro los rasgos de la bondad, de la misericordia y del amor de Dios Padre. De allí brota para todos nosotros sus discípulos, el compromiso de amar y servir de acuerdo a la nueva vida que nace con Él.
En una sociedad frecuentemente ebria de consumo y de placeres, de abundancia y de lujo, de apariencia y de narcisismo, Él nos llama a tener un comportamiento sobrio, es decir, sencillo, equilibrado, lineal, capaz de entender y vivir lo que es importante. En un mundo, a menudo duro con el pecador e indulgente con el pecado, es necesario cultivar un fuerte sentido de la justicia, de la búsqueda y el poner en práctica la voluntad de Dios. Ante una cultura de la indiferencia, que con frecuencia termina por ser despiadada, nuestro estilo de vida ha de estar lleno de piedad, de empatía, de compasión, de misericordia, que extraemos cada día del pozo de la oración.
Con la austeridad de una Navidad sencilla, hoy es Cristo quien brilla en el pesebre, el mayor regalo que ha recibido nunca la humanidad. Vivamos este acontecimiento en el calor de nuestros hogares, con el abrazo de nuestras familias. Es momento de dar gracias por lo que tenemos y de orar por Chile, su presente y su porvenir. Seamos promotores de confianza, de contención y de fraternidad. Porque el país se merece lo mejor de todos nosotros, ¡dejémonos transformar por Jesús! Abramos nuestro espíritu para que pueda poner también en él su cuna en nuestro corazón, en nuestras familias y el país. Dios-con-nosotros, Jesús, el Mesías prometido, brille en Chile y en todos sus habitantes con su Justicia, su Paz y su Esperanza, y con fe proclamemos en la nochebuena que nos ha nacido un Salvador, que es el Mesías, el Señor (cf. Lc 2,11).