En un artículo reciente sobre los cambios que deben haber en la educación, y el hecho que mientras estos no se hagan no podríamos progresar y desarrollarnos como país, escribían sendas columnas los rectores, de las que se dicen son las dos principales universidades de Chile. Hace cuantos años o décadas, si no es ya un siglo, que se tiene el diagnóstico más que claro, en cuanto a la catastrófica educación que le estamos entregando a las generaciones futuras, así como de la importancia que tiene hacerlo bien. Especialmente, a aquellos más vulnerables y más alejados del desarrollo y en los territorios más abandonados, qué decir de las zonas de sacrificio.
Sería bueno que la cortaran con seguir dándole vueltas al asunto y asumieran, responsablemente, al igual que toda la elite profesional del ramo, el desafío en la acción concreta. De una vez por todas, puchas que sería bueno que se pusieran a trabajar con overol en las escuelas e incluso aportando los recursos que ellos mismos tienen, ya no hay tu tía.
El diagnóstico está más que claro y repetido hasta el cansancio, ya viene siendo hora de que empecemos a trabajar en serio en los cambios e involucrarnos de verdad, no solo palabrear. El cargo de conciencia de las élites ilustradas y políticas de nuestro país debiera ser inconmensurable, basta de predicar diagnósticos y nunca hacer nada por los cambios.
A lo mejor necesitamos un doctor Monckeberg cómo le fue con el medio litro de leche para superar los fallecimientos infantiles prematuros. En Educación se busca algún mecenas o cluster de profesionales que den ese ancho y que por ahora no se ven en lontananza.
Este país no se arregla a control remoto o a la distancia, se arregla metiendo las manos, en el buen sentido de la palabra y, los pies en el barro, para involucrarse se ha dicho. Hay que conocer a la gente de los distintos territorios, como por ejemplo, doña Inés Purcell, quien se fue a vivir hace años a Pulelo, Chiloé, y se ha hecho parte importante de esa comunidad, leer su libro Cartas desde Chiloé es algo aleccionador y maravilloso.
Si queremos tener un país más justo, algo similar debieran a empezar a hacer la elite y los hijos de esta, no puro veranear y carretear en Zapallar asistiendo a fiestas clandestinas o privadas, sino muy por el contrario jugarse todo el año en, por y con el territorio y su gente, para junto a ellos hacer desarrollo. Eso sería devolverle la mano al país, al cual lo han estrujado mucho, siendo muy pocos, pero sí muy bien ubicados.
Los rectores y académicos de las grandes universidades, los grandes profesionales de prestigiosos estudios, consultoras y de grandes y medianas empresas, deberían volver la mirada hacia los territorios olvidados y trabajar por aquello, es la mística nueva que debiera imperar. Algo parecido a lo que hizo John Kennedy con el Cuerpo de Paz en los sesenta, cuando sacó pléyades de jóvenes profesionales norteamericanos a distintos países pobres del mundo a ayudar en su desarrollo.
Personalmente, me tocó conocer y convivir con varios de ellos, que llegaban a nuestra casa familiar en Concepción para compartir sus experiencias y encontrar la calidez de un hogar. El desafío constituyente obliga a pasar a la acción y no quedarse solamente en la retórica constitucional, es clave lo telúrico como lo expresa Hugo Herrera, a jugarse por los territorios y de una.
Este país no se arregla a control remoto o a la distancia, se arregla metiendo las manos, en el buen sentido de la palabra y, los pies en el barro, para involucrarse se ha dicho. Hay que conocer a la gente de los distintos territorios (...).